En la Quimera

Intento de cuentos breves fantásticos e irreales.

Por Nico


Sentado al borde de la cama, mirando hacia las puertas mas grandes del placard, espera el niño su rutinaria higienización diaria. La enfermera lo recuesta nuevamente sobre la cama, y con un trapo blanco empapado en agua y jabón, recorre todo el cuerpo del niño. Luego lo enjuaga con otro trapo y agua tibia. Lo seca, cepilla sus dientes, lo peina, lo sienta nuevamente al borde de la cama, y le da la pelota de tennis.

Sus manos habían desarrollado una gran habilidad para jugar con la pelota: dos rebotes, uno en el piso, otro en las puertas del placard, y la pelota volvía a la mano. Todo eso sin quitar la vista de las puertas del placard. Si por alguna razón la pelota rebotaba en otra dirección, o sus pequeñas manos no alcanzaban a agarrarla, el niño se quedaba quieto, sentado al borde de la cama, mirando las puertas del placard. Pero sabía, que tarde o temprano, el silencio invadiría el inmenso caserón, y la enfermera atravesaría la puerta y le alcanzaría nuevamente la pelota.

Su agenda era cada día igual: se despertaba y se sentaba, lo higienizaban, jugaba con la pelota, almorzaba, lo ayudaban para defecar y orinar en el baño (si no lo hacian, luego habría que limpiar la habitación), jugaba con la pelota, cenaba, lo acostaban y se dormía. Todos los dias lo mismo.

Desde la habitación del niño se podía ver toda la ciudad. El inmenso ventanal del cuarto piso del antiguo caserón, correspondía a la habitación del niño. Pero él siempre miraba hacia el lado opuesto, hacia el placard. Sus dos padres (su madre primero y luego su padre) se quitaron la vida saltando desde aquel ventanal.

Cierto día, luego del rutinal almuerzo, y mientras esperaba que se complete la digestión del niño, la enfermera se asomó, simplemente por curiosidad, a aquel ventanal desde donde los suicidas pasaron sus últimos segundos de vida. Notó la gran altura en la que se encontraba, y observó, un pequeño trozo de papel, atado con una cinta a la baranda del reducido balcón. Abrió el gran ventanal y estiró su brazo para alcanzar el papel, pero sintió en ese mismo momento, como dos pequeñas manos la empujaban desde atrás. Sus muslos golpearon fuertemente contra la baranda, y luego su cuerpo entero paso por sobre esta. Al instante se encontraba agarrada fuertemente a la baranda, colgada por el lado contrario al balcón. El niño miró fíjamente las manos de la enfermera. Luego comenzó a separar uno por uno los dedos hasta que la enfermera cayó. Luego volvió lentamente hasta la cama, se sentó y continuó con su juego.

El juego de empujar gente por el balcón no se daba muy a menudo, pero lo disfrutaba mas que nada en el mundo.

en la quimera

Todos tenemos nuestras quimeras. Esos relatos fantásticos o irreales, o donde se mezcla lo real con lo increíble, la vida con la muerte. Este espacio es apenas eso, un intento de explorar nuestras quimeras.

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