Abrí los ojos y todo estaba oscuro. No podía distinguir ninguna figura ni silueta ni nada. Un poco asustado, fui hasta la pared de enfrente y accioné el interruptor. No funcionaba. Sólo se escuchaba el clic del artefacto que no encendía la lámpara principal del departamento. Ni siquiera podía calcular la hora pero supuse, a la ligera, que eran las 3 de la madrugada.
Resolví irme a dormir a esperar que vuelva el día y llamar a la empresa de energía para que informe qué desperfecto hubo. Me acosté con los ojos abiertos, pero era imposible percibir algo en la penumbra espantosa. Pasaron algunos minutos y yo estaba ahí, mirando el techo, desvelado. El persistente lobrego de la habitación me inquietaba. De pronto me dormí.
Me desperté agitado. Asustado. Toqué mi frente y estaba sudado, casi a punto de las lágrimas. Me incorporé y recordé mi sueño. En medio de la noche me despertaba e intentaba accionar el interruptor de la lámpara en medio de la oscuridad, una acción totalmente inútil estando solo, simplemente con mi ceguera.