En la Quimera

Intento de cuentos breves fantásticos e irreales.

Por Matías Pecile [escritor invitado]



“Aquellos dos de la moto, la señora que esta sacando la basura y el anciano del parque”, dije, casi sin mirar mientras completaba el crucigrama de una vieja revista que había olvidado en el cajón de mi ya gastado escritorio. Y es que la verdad ya estaba cansado de la misma rutina. Cuando acepte el empleo nunca imagine que llegaría a sentirme así algún día. Verdaderamente era muy prometedor, y yo tenía grandes planes. Muy buenos, para ser sincero, pero planes que no sé en qué parte del camino se fueron perdiendo.

Los empleados ya comenzaban a amontonarse en la puerta que llevaba grabado mi nombre, así que levante la vista y seguí dictando: “el gordo del ascensor, la parejita que esta de excursión por la montaña y toda la costa occidental de Sumatra”. Creo que últimamente me estoy volviendo muy nostálgico y cada vez me está sonando más fuerte la idea de enviarles el meteorito y tomarme esas vacaciones que nunca me tomé.

Por Lolo



Una leve brisa soplaba desde el sur y le daba de lleno en la cara. Desde ése balcón podía ver la inmensidad de la ciudad. Ése entramado de avenidas y edificios del cual se estaba despidiendo inmerso en pensamientos caóticos y desordenados.

Las drogas circulaban libres por todo su cuerpo, haciéndole perder toda sensación de realidad. No le asustaba nada. Esa brisa fresca en el rostro era la única percepción real que tenía. Y sabía que ahí, desde ése piso 26, enfrentaba a la muerte. Incluso se reía de ella.

Era una cuestión de decidirse. De dar ese paso que separa la delgada línea entre la vida y la muerte. Bastaba un envión para ponerle un punto final a todas sus cavilaciones. Mientras trataba de decidirse intentó recordar su vida, pero no pudo, aletargado por el efecto de los narcóticos. Entonces se dejó caer.

Aquella brisa se hizo cada vez más intensa, más fresca, más vital. Alcanzó a pensar sobre la ironía de la vitalidad del éter. Podía ver próximo el asfalto.

La brisa se transformó en una corriente que comenzó a llenarlo de aire, un aire cada vez más espeso y fresco. Mientras se acercaba al suelo, más aire entraba a sus pulmones. Más y más aire. Fue entonces cuando con un sobresalto se incorporó sobre la camilla, se retiró la mascarilla de oxígeno y se secó las lágrimas, envuelto aún en pensamientos caóticos y desordenados.

en la quimera

Todos tenemos nuestras quimeras. Esos relatos fantásticos o irreales, o donde se mezcla lo real con lo increíble, la vida con la muerte. Este espacio es apenas eso, un intento de explorar nuestras quimeras.

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