En la Quimera

Intento de cuentos breves fantásticos e irreales.

Por Lolo

Jueves. Seis y media de la tarde. Llego del supermercado. Entro al edificio y respiro aliviado: deben haber 10 grados menos que los sofocantes 40 que hay afuera. Llamo al ascensor. Estoy cargado de bolsas. Transpirado. Cansado. Enojado con el cajero con quien discutí por su demora en atender a los clientes. El ascensor no se abre. No pienso subir con todas estas bolsas hasta el décimo piso.

Dejo todo en el piso y las puertas se abren. Obvio. Como cuando te prendés un pucho y justo pasa el puto colectivo que estuviste esperando una hora. Acarreo las compras del mes, en su mayoría cosas que –indefectiblemente- no me servirán para mucho, y aprieto el 10.

Comienzo a subir. Pienso que al llegar me voy a meter debajo de la ducha antes de acomodar todas las porquerías que hay en las bolsas. De pronto se apaga la luz, se prende al instante y el ascensor se para. El visor no dice en qué piso estoy. Sólo marca ERR, en el rojo habitual. –Genial-, mascullo. -Primero lo del cajero y ahora quedar varado quién sabe a qué altura-.

Aprieto el botón de emergencia, pero no escucho nada. Esbozo un “hola… ¡hola!”, pero el silencio es atormentador y me inquieto. Pienso que debo calmarme, que se va a abrir en el piso 2 y que como un idiota voy a tener que subir hasta mi departamento. Pero no pasa nada y noto como empiezan a correr los minutos.

Pienso que lo que pasa es ilógico, y maldigo simultáneamente al encargado, a la administradora y a mi estúpida idea de ir al supermercado un jueves por la tarde. “No es día de hacer compras”, murmuro agarrándome la cabeza, buscando culpables.

No puedo creer que nadie se dé cuenta de que estoy en el ascensor. No hay dos ascensores. ¿Cómo puede ser que nadie más quiera usarlo? Comienzo a gritar, con un poco de desesperación cada vez que repito “¿hay alguien?”. Sólo silencio.

Me siento en el piso y noto que no están las bolsas. Eran cinco. Estoy seguro. No puede ser posible que no estén. En mi mente recorro hacia atrás lo que hice y recuerdo claramente que entré como pude con las bolsas al maldito ascensor. Estoy absolutamente solo, sin nada. No entiendo. Comienzo a asustarme. Como un flash vuelve a mí el momento en que se apagó la luz y volvió. Nunca me fijé si estaban las bolsas en ése momento.

Mi desesperación y angustia aumentan. No entiendo nada. Me levanto y empiezo a gritar pidiendo auxilio. Se me escapan unas lágrimas de terror. Me siento asfixiado, pávido por la situación, no puedo pensar en nada que no sea poder salir de ése lugar siniestro. Transpiro. Me sudan las manos, la espalda. Tiemblo. Grito desesperado golpeando las puertas del ascensor.

Luego de unas horas, las puertas se abren. Creo estar en la planta baja. Una chica me mira impresionada por mi aspecto, supongo. Le explico lo qué me pasó y le pregunto por las bolsas y, como si me conociera, me dice: “Estoy hace dos horas esperándote…nunca voy a entender por qué los humanos se aferran a ilusiones y continuidades falsas en lugar de aceptar que el apagón es la muerte. Vamos”.

en la quimera

Todos tenemos nuestras quimeras. Esos relatos fantásticos o irreales, o donde se mezcla lo real con lo increíble, la vida con la muerte. Este espacio es apenas eso, un intento de explorar nuestras quimeras.

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