En la Quimera

Intento de cuentos breves fantásticos e irreales.

Por Nico

Verla me provocaba un rechazo estridente. Era sin dudas la mujer más vieja y colérica del vecindario. Se la podía ver a diferentes horas del día, agachada en su patio delantero, desgarrando las malezas que opacaban la débil belleza de sus flores, con sus arrugadas manos temblorosas, y su cano y largo cabello sobre su cara.

La hora de la siesta era el momento típico de gritos y reproches: era, claro, el momento en el que salíamos a jugar aquellos chicos que no dormíamos.

Una pelota que se desviaba y aterrizaba en su patio era el comienzo de la mas feroz huida hacia nuestras casas. Dábamos por descartado que el dueño de la pelota debía pensar en adquirir una nueva, mientras escuchabamos los gritos y maldiciones desde la protección de nuestros hogares.

Tampoco se podía hacer mucho ruido. Los festejos de un gol, el griterío de un campeonato de bolitas o el festejo por la victoria de una partida de matanza, eran algunas de las causas más comunes de reproches por parte de la anciana.

La alegría del regreso a mi casa, después de un duro día de escuela, se opacaba al momento de pasar frente a su casa. En ese momento se la solía ver sentada en el alero de su morada, en una reposera verde y roja. Mirando hacia la calle.

Cierto día, al regresar de la casa de un compañero de escuela, la vi en su patio regando sus flores. El suave menéo de la manguera y el delicioso sonido que provocaba el agua al hacer contacto con el suelo, eran terriblemente hipnotizadores. Tenía el cabello peinado hacia atras y una semi sonrisa que le afinaba sus gruesos labios. El débil ruido de una pequeña rama rompiéndose debajo de mi pie la sacó de su trance, y sin desfigurar la sonrisa, desvió su mirada y la clavó en mis ojos.

Su rostro había cambiado. En ese momento no pude notar la diferencia, pero se la veía mas joven, mas alegre... algo había cambiado. De pronto las comisuras de sus labios descendieron y alzando un poco su frente, abrió la boca y dijo "hola". Su voz sonaba serena y clara. Respondí al saludo intentando no sonar atemorizado. Luego la medianera de su casa se interpuso entre nosotros, y la perdí de vista.

En el trayecto entre su casa y la mía, me atacó una sensación de tranquilidad abrumadora, una mezcla inexplicable de felicidad, alivio y comodidad. La preocupación típica de esos momentos nunca apareció.

Entré a mi casa, y como de costumbre en ese horario, la mesa estaba servida con la merienda. Por lo que pude escuchar al entrar, mis papás hablaban de ella. Los saludé y me arrimé a la mesa. Al preguntar acerca del tema de conversación, mi papá, sin demasiadas vueltas, explicó: -Hoy al mediodía vinieron unas personas a lo de Mabel. Parece que el hijo de ella la encontró muerta en su habitación. La llevaron a la morgue.

en la quimera

Todos tenemos nuestras quimeras. Esos relatos fantásticos o irreales, o donde se mezcla lo real con lo increíble, la vida con la muerte. Este espacio es apenas eso, un intento de explorar nuestras quimeras.

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