Nicolás se levantó del sillón, corrió las cortinas y miró por la ventana hacia la calle. Sostenía un porrón de cerveza en la mano. Le intrigaba saber de dónde provenía un agudo sonido. Era una vibración que parecía crecer a cada momento.
Desde su balcón no pudo ver nada. Apenas algunas luces borrosas envueltas en la niebla, un tanto frecuente en ésa época del año.
Volvió y se acomodó en el sillón, un tanto inquieto con el silbido. Se quedó ahí. Inmóvil. Alerta. El sonido, en una extraña frecuencia alta, iba creciendo de a poco. Nicolás comenzó a hacer conjeturas de todo tipo. Se tranquilizó pensando que era alguna alarma lejana.
Pero lo que en un momento era un susurro se convertía de a poco en un silbido cada vez más insoportable. En un instante, el pitido comenzó a ensordecerlo. Se tapó los oídos con un almohadón, pero era inútil.
En pocos minutos estaba tirado en el suelo, quejándose con gritos sordos. Comenzó a salirle sangre de los oídos. Se agarraba la cabeza, impotente. No tardó mucho tiempo para que explotaran todos los vidrios del departamento. Agonizando, recordó lo que pasaba a diez mil kilómetros de ahí: el primer ataque de los Altruos de Terracot.