En la Quimera

Intento de cuentos breves fantásticos e irreales.

Por Nico


Las luces se apagan. Cierra sus ojos y espera quieto. El cuerpo se le impacienta. Aprieta los puños clavando las uñas en las palmas, cuando de repente, suena la primera nota.

El violín ejecuta impecable una melodía calma y elegante. Las notas frías le bajan desde la nuca hasta la cintura, recorriendo toda la espalda, dejando un manto de piel de gallina. Los hombros se relajan y la frente se alza.

La obra continúa y se suman instrumentos. El corazón late plácido al compás de la música, y dirige los movimientos del resto del cuerpo. El torso se menea suavemente de izquierda a derecha y, con el cuello flojo, la cabeza lo sigue unos instantes retrasada. La mano derecha dibuja ondas y círculos en el aire como queriendo moldear su propia interpretación de la melodía. La otra mano descansa sobre la falda.

El inesperado ingreso de trompetas le da un vuelco en el corazón. Disonantes y estridentes presagian algún mal augurio. Una mueca de dolor se percibe en su rostro, mientras los brazos se aprietan al costado del cuerpo. Contiene la respiración. Luego de un instante, el violín retoma la melodía, esta vez acompañado por timbales. El corazón reanuda su estable marcha acompañando la música.

Durante algunos minutos la magia musical lo mantiene con vida, provocándole esporádicas palpitaciones con la ejecución de alguna síncopa, o taquicardias, producto de matices fortes o tresillos.

Ya hacia el final de la obra, el director de la orquesta ordena disminuir la velocidad de ejecución. La respiración se pausa y el corazón se escucha fuerte dentro del pecho. Abre de par en par los ojos. Las últimas figuras musicales acompañan a los últimos latidos. Uno, otro, y otro más, cada vez más pausados, hasta que al fin llega el silencio.

Luego, una multitud de aplausos colma la sala súbitamente. Los brazos caen a los costados del cuerpo, la espalda se apoya completa en el respaldo, y antes que la cabeza caiga pesada hacia atrás, alcanza a decir su última palabra: "Bravo!".

Por Lolo


Abrí los ojos y todo estaba oscuro. No podía distinguir ninguna figura ni silueta ni nada. Un poco asustado, fui hasta la pared de enfrente y accioné el interruptor. No funcionaba. Sólo se escuchaba el clic del artefacto que no encendía la lámpara principal del departamento. Ni siquiera podía calcular la hora pero supuse, a la ligera, que eran las 3 de la madrugada.

Resolví irme a dormir a esperar que vuelva el día y llamar a la empresa de energía para que informe qué desperfecto hubo. Me acosté con los ojos abiertos, pero era imposible percibir algo en la penumbra espantosa. Pasaron algunos minutos y yo estaba ahí, mirando el techo, desvelado. El persistente lobrego de la habitación me inquietaba. De pronto me dormí.

Me desperté agitado. Asustado. Toqué mi frente y estaba sudado, casi a punto de las lágrimas. Me incorporé y recordé mi sueño. En medio de la noche me despertaba e intentaba accionar el interruptor de la lámpara en medio de la oscuridad, una acción totalmente inútil estando solo, simplemente con mi ceguera.

Por Nico


El delicado silbido de la flecha se sintió por apenas pocos instantes, pero para el hombre alto fueron una eternidad. Luego la flecha entró por su pecho desgarrando piel y carne hasta alcanzar el corazón. Cayó al suelo sobre sus rodillas y luego se desplomó por completo sobre las piedras del camino. Muerto.

Ya en el suelo repasó lo sucedido. Se recordó huyendo, corriendo a toda prisa. Recordó la presión que ejercía el agitado corazón, la respiración acelerada y el ruido de sus pies golpeando constantemente el suelo. El recodo del camino guardaba una sorpresa que no esperaba y que seguramente no deseaba. En la mitad del camino, a poca distancia, un hombre con un pie y una rodilla en el suelo, apuntaba su flecha tensando el arco hasta más no poder.

Luego recordó la disputa que dio origen a la persecución. Las palabras que había utilizado habían sido las correctas en cada momento. El enfado de sus interlocutores había sido súbito e injustificado. Entonces retrocedió en el tiempo y vio el momento en el que había llegado, y antes el arribo del avión, y mucho antes la compra del boleto.

En ese momento comprendió que no estaba muerto completamente. Estaba tirado en el suelo inmóvil, pero vivo. Tenía una única oportunidad de continuar con su vida, y no la quiso dejar pasar. Comprendió que lo que tenía que hacer era simplemente levantarse, pero no pudo. Sus piernas y brazos no respondían, su respiración había desaparecido, y su corazón estaba más silencioso que nunca.

Entonces sus sensaciones comenzaron a menguar. Los recuerdos se borraron, los sentidos se bloquearon y sus pensamientos todos parecían un horrendo murmullo casi sordo. En cuestión de algunos segundos todo había desaparecido. El hombre alto se convirtió en solo un recuerdo

Por Lolo


Estira la mano y vuela. Es un pez dentro del agua. Con movimientos firmes debajo de su abdomen, se desplaza por la piscina con la majestuosidad de los delfines. Se siente poderoso, abstraído del mundo y de las personas.

Secretamente va planeando por debajo del agua, soltando aire de a poco para llegar al otro lado. Son 25 metros que logra sortear con facilidad y luego se arriesga a ir y volver sin sacar la cabeza del agua. Lo consigue. Una mueca de satisfacción se le dibuja en la comisura.

Comienza a hacer gala de sus estilos. Libre, pecho, espalda, mariposa. Cada movimiento que ejecuta muestra la precisión del talento y la disciplina. Se siente vigoroso, admirado, fuerte. Es capaz de tomar consciencia sobre cada músculo de su cuerpo.

El agua no alcanza a ser tibia, lo que le permite mejores movimientos. Puede ver con claridad el fondo de la pileta, los andariveles y las boyas. Usa todos estos elementos para volar en el agua.

Mientras se desplaza ágil y liviano, siente una pequeña presión en el pecho. La presión se incrementa y sacude la cabeza para despabilarse. El auto lo aprisiona entre hierros retorcidos, y va hundiéndose lentamente en una ciénaga pestilente.

Por Nico


Sentado al borde de la cama, mirando hacia las puertas mas grandes del placard, espera el niño su rutinaria higienización diaria. La enfermera lo recuesta nuevamente sobre la cama, y con un trapo blanco empapado en agua y jabón, recorre todo el cuerpo del niño. Luego lo enjuaga con otro trapo y agua tibia. Lo seca, cepilla sus dientes, lo peina, lo sienta nuevamente al borde de la cama, y le da la pelota de tennis.

Sus manos habían desarrollado una gran habilidad para jugar con la pelota: dos rebotes, uno en el piso, otro en las puertas del placard, y la pelota volvía a la mano. Todo eso sin quitar la vista de las puertas del placard. Si por alguna razón la pelota rebotaba en otra dirección, o sus pequeñas manos no alcanzaban a agarrarla, el niño se quedaba quieto, sentado al borde de la cama, mirando las puertas del placard. Pero sabía, que tarde o temprano, el silencio invadiría el inmenso caserón, y la enfermera atravesaría la puerta y le alcanzaría nuevamente la pelota.

Su agenda era cada día igual: se despertaba y se sentaba, lo higienizaban, jugaba con la pelota, almorzaba, lo ayudaban para defecar y orinar en el baño (si no lo hacian, luego habría que limpiar la habitación), jugaba con la pelota, cenaba, lo acostaban y se dormía. Todos los dias lo mismo.

Desde la habitación del niño se podía ver toda la ciudad. El inmenso ventanal del cuarto piso del antiguo caserón, correspondía a la habitación del niño. Pero él siempre miraba hacia el lado opuesto, hacia el placard. Sus dos padres (su madre primero y luego su padre) se quitaron la vida saltando desde aquel ventanal.

Cierto día, luego del rutinal almuerzo, y mientras esperaba que se complete la digestión del niño, la enfermera se asomó, simplemente por curiosidad, a aquel ventanal desde donde los suicidas pasaron sus últimos segundos de vida. Notó la gran altura en la que se encontraba, y observó, un pequeño trozo de papel, atado con una cinta a la baranda del reducido balcón. Abrió el gran ventanal y estiró su brazo para alcanzar el papel, pero sintió en ese mismo momento, como dos pequeñas manos la empujaban desde atrás. Sus muslos golpearon fuertemente contra la baranda, y luego su cuerpo entero paso por sobre esta. Al instante se encontraba agarrada fuertemente a la baranda, colgada por el lado contrario al balcón. El niño miró fíjamente las manos de la enfermera. Luego comenzó a separar uno por uno los dedos hasta que la enfermera cayó. Luego volvió lentamente hasta la cama, se sentó y continuó con su juego.

El juego de empujar gente por el balcón no se daba muy a menudo, pero lo disfrutaba mas que nada en el mundo.

Después de cada Semana Santa, Él era incapaz de escribir una palabra en su teclado. No había motivos religiosos, pues ni siquiera entiende los ritos que se practican en los días santos, tampoco por excesos gastronómicos derivados de los días libres fuera del trabajo, y mucho menos la pereza que podría generar tener cuatro jornadas sin ningún tipo de trabajo y responsabilidad.

Y de pronto, sin pensarlo, comienza a escribir la mejor historia jamás contada, con el uso más correcto de los recursos literarios que Él mismo se pudiera imaginar. Una invención hilvanada desde la hipérbole, y que se extiende con agudeza, sentido e imaginación hasta el final, que sorprende con un giro que a nadie se le hubiera imaginado, y que permite reconstruir la historia hasta el principio permitiendo retomar cada palabra como un detalle constructor de la narración. Él parpadea. La pantalla está en blanco y el cursor sigue titilando.

Por Nico


El camino se hacía largo y el sol parecía querer que renunciase. Desde la finísima arena de las playas del sur, hasta el pedregullo que atravesaba en aquel momento, el sol parecía haberse enfadado conmigo, castigando con sus rayos cada vez mas potentes.

No solo el sol había cambiado. También lo había hecho la vegetación. Cada aproximadamente 50 metros, me encontraba con un inmenso matorral verde y blanco de una especie de gramilla gigante que impedía el paso. Tardaba unos 5 minutos en rodearla para retomar mi camino.

Luego de varios minutos de caminata, me encontré con la primer piedra de tamaño considerable: me llegaba hasta la cintura. La esquive por la derecha, pero por lo que ví más adelante, era en vano. El camino seguía atestado de piedras de ese tamaño.

El sudor corría por mi frente empapando completamente mi rostro, y hasta la mitad superior de la camisa que llevaba en aquel momento.

Comencé a escalar. Una gran montaña de piedras se alzaba en frente mío. Si quería seguir el mismo camino, debía escalar. Al llegar a la cima, pude observar como el paisaje empeoraba. Grandes montañas de piedras inmensas colmaban el horizonte.

En ese momento lo note. Las montañas se alejaron y la gran piedra que tenía bajo mis pies creció, duplicó su volumen, o lo triplicó. Entonces comprendí que era yo quien se encogía, pero ya no lo pude resistir. Caí al suelo agobiado por el sol y ya no me pude levantar.

Por Lolo


La heroína de las alturas hacía danzar las nubes con ritmo hipnótico mientras avanzaba veloz desde una cordillera a la otra. Su cabello liso y oscuro contrastaba con los destellos de sol que se filtraban por medio de los nimbos.

Algunos días descansaba en las cavernas del Este, desde donde miraba los cielos diáfanos despojados de vapores. Cuando llegaba el momento, descendía hasta el lago de los Antiguos, giraba y despertaba una tromba con la que luego jugaba en medio de las cordilleras, a veces convirtiéndola en tormenta nieve, a veces en copiosos aguaceros, y a veces en sólo una amenaza gris en las cumbres.

La fuerza de la heroína de las alturas era inexplicable. Los lugareños la amaban tanto como la odiaban. La endiosaban y la demonizaban con la misma facilidad que la heroína convertía en escombros las construcciones de los lugareños con un fuerte chubasco.

Los lugareños no encontraron nunca la forma de complacerla y hacer que sus acciones favorecieran sus sembradíos. Es que ella no actuaba por mandato, sino por sus instintos de preservación de la vida en las cordilleras, que incluía a los lugareños y a la diversidad de especies que habitaban el lugar.

Alguna vez intentaron sacrificios de animales, plegarias, danzas implorando que pare el aguacero, entre otros ritos. Pero la heroína ni siquiera notó tales esfuerzos. Ella actuaba por instinto de preservación, no por supercherías.

Y cuando el suelo crujía por la sequía, volvían a la carga con los rosarios de ritos que, no cabía duda, no servían para nada. La heroína de las alturas simplemente descansaba en un otoño luego de un verano borrascoso.

Cuando volvía el agua a los campos, los lugareños repetían sus sacrificios agradeciendo las bondades de la heroína. Gestos que ella jamás vio. Ella actuaba por instinto de preservación. Así de simple.

Un día, la heroína decidió inundar el valle entre las cordilleras, envolviéndolo en la borrasca jamás vista en la historia y acabar con todo vestigio de vida. Todos los lugareños, los árboles, los animales y otras formas de vida se extinguieron al paso del feroz vendaval de agua. Es claro: ella actuaba por su instinto de preservación.

Por Max


La situación era en extremo complicada y obligaba indefectiblemente a tomar decisiones difíciles de digerir. Nadie deseaba estar en los zapatos de aquellos que debían actuar por poseer cargos públicos cuyas funciones así lo establecían. Las gargantas de esos hombres y mujeres se anudaban en cada discurso que brindaban anunciando quiénes eran los que seguirían. Fueron temidos, odiados y maldecidos por multitudes sedientas, aunque la historia ha sabido comprender el rol que jugaron aquellos hombres y aquellas mujeres, y los ha librado de culpa y cargo. Porque se quiera o no, aquellas determinaciones eran tan crueles como necesarias para poder postergar la partida de este mundo lo máximo posible.


Muy por el contrario de lo que se cree, las cosas no se pusieron difíciles de un día para el otro, sino como eslabón final de una larga cadena de sucesos que fueron erosionando poco a poco la base que sostenía a la sociedad toda en su paz aparente.


Cuando salieron a la venta los primeros vehículos ultra económicos, nadie pensó que tendrían éxito, por aquello que se comentaba acerca de su dificultad de manejo. Casi con sorpresa, y muy posiblemente con la ayuda de los famosos que adquirieron los primeros ejemplares con diseños exclusivos, las ventas treparon hasta lo inimaginable. Pronto, toda persona poseía uno de esos eco automóviles y lo utilizaban para desplazarse por toda la ciudad. Llegado el momento, resultaba extraño ver a alguien usando "el antiguo medio de locomoción natural" - como solían llamarle al acto de caminar en una de las tantas campañas publicitarias, creyéndose graciosos y creativos.


El nombre lo debían no sólo a su bajo costo, sino a su jactancia de no alterar el medio ambiente con residuos de combustión. La escasez de petróleo, el fracaso estrepitoso del bio diesel y la falta de practicidad de la energía eólica y solar para crear un medio de transporte útil, hicieron que grandes ingenieros de todo el mundo trabajaran mancomunadamente para converger en lo que fue el combustible más traicionero jamás descubierto, pues tras el disfraz de inofensivo ocultó los efectos colaterales que acabaron con la vida como se la conocía.


"El elemento que da origen a la vida, es el mismo que nos brindará su energía para poder mantener en marcha nuestro estilo de vida", anunciaba con orgullo aquel joven científico en el histórico simposio de energía sustentable. Y en principio todos creyeron eso. Cómo pensar que podía hacer daño alguno un artefacto que sólo requería de agua común y corriente para propulsarse. Bastaba con conectarlo a cualquier grifo y dejar que se alimente con sus dos litros de líquido vital, que permitían algo así como 200 Km. de autonomía. Era perfecto, soñadamente perfecto. El argumento de la inocuidad de este dispositivo era verdaderamente creíble, debo reconocerlo. El complicado proceso mediante el cual se extraía energía del agua, tenía como única consecuencia que ésta se vaporizara, resultado que con la ayuda del popular ciclo asumía nuevamente su forma original, en apariencia al menos.


Un ligero error de cálculos hizo que se ignorara por completo la pérdida gradual de toda característica vital del líquido elemento, convirtiendo lo que otrora había sido fuente inagotable de vida, en fuente inagotable de un mortífero veneno. Bastaron 10 años para arruinar las reservas más importantes. Pronto una botella costaba el equivalente a tres eco automóviles. Ni los más pudientes podían darse el lujo de bañarse pues aquello equivalía a adquirir un condominio.


No tuvo que pasar mucho tiempo para que ni en botellas se consiga. El agua era historia, las muertes por deshidratación, los cadáveres pudriéndose por las calles y el fétido hedor que estos producían, combinados con las multitudes mugrientas comenzaron a formar parte del paisaje cotidiano. El caos y la desesperanza fueron amos y señores de la vida de cada ser humano. Nada podía hacerse. Los más osados optaban por el suicidio.


De pronto se esparció como una epidemia de gripe la idea de beber los jugos de los cadáveres frescos. Resulta repulsivo siquiera pensar en ello, lo sé, pero por esos días era la idea más lógica que se había escuchado. Se pidió por este mismo motivo públicamente que todo aquel que decida quitarse la vida por propia desesperación, tenga el decoro de acercarse previamente a un centro de extracción de fluidos, que fueron instalados improvisadamente en carpas distribuidas estratégicamente por toda la ciudad.


Claro que cuantitativamente esta idea no era suficiente. No alcanzaban los muertos, no eran muchos los que optaban por abandonar este mundo por sus propios medios.


Las sospechas de asesinatos no tardaron en resonar en la comunidad médica. Se decía - y luego se comprobó - que el personal de los hospitales y clínicas habían comenzado a abandonar a los enfermos, para agilizar el trámite de obtención de líquidos.


Y ya sólo quedaba un paso. De dejar que un ser humano muera enfermo, infectado por alguna peste, envenenado por el agua arruinada o simplemente deshidratado, a provocar activamente su pase a algún centro de extracción, no faltaba nada. Y aquellos asesinatos, que comenzaron siendo pudorosamente ocultados, disimulados por todos, fueron explícitamente aceptados por todos tiempo después. Era sabido, y nada podía hacerse, que la gente asesinaba para tener qué beber. Y qué comer, pues los animales y plantas morían de la misma manera que los seres humanos ante la ingesta de agua.


Fue entonces cuando se decidió organizar los crímenes. Se anunciarían en cada municipio listas diarias que daban a conocer "quienes serían los siguientes héroes solidarios de la humanidad". Se escogían al azar, aunque dentro del rango de edad de mayores de 30 años y sólo hombres. Y luego la cota fue fijada en 25 años. Posteriormente se abandonó la restricción que discriminaba al sexo femenino. Luego ya no importó la edad. Luego ya no importó nada.


Hoy día ya no queda casi rastro de vida. Sólo el que suscribe, que encontró una manera práctica de distraer al organismo de la falta de hidratación. Si tiene o no sentido dejar plasmado en un papel cual fue la manera más o menos exacta mediante la cual el hombre acabó con su especie, no lo sé, y no tengo la lucidez mental para averiguarlo. Sólo escribo para no verme obligado a asesinar a otra persona nuevamente, pues aunque no parezca, la humanidad es lo último que pierde un ser humano.

Por Nico




Galopa veloz y pesado el caballo. Su armadura lo hace mas grande de lo que realmente es. Sus bramidos despiden grandes bocanadas de vapor en el aire frío y húmedo de la madrugada.

El jinete exhibe su espada majestuosa cortando el aire a su paso. Arremete contra los primeros guerreros en el desolado campo de batalla. Tumba a algunos al chocarlos y a otros los derriba blandiendo su espada a derecha e izquierda, cortando armaduras y carne, mezclando sangre tibia con antiguos vestigios de sangre de anteriores batallas.

Una flecha alcanza su pierna derecha a la altura del muslo. Siente el caliente latigazo en medio del galope. Sabe lo que es, pero no detiene su marcha. La adrenalina se apodera de su ser y bloquea todo dolor. Derriba otro guerrero quien solo consiguió rayar la armadura del caballo con su espada.

Otra flecha traza una parabola perfecta en el aire y se introduce en el pecho del caballo. Sus patas se traban y comienza a caer hacia adelante. Las patas traseras se despegan del suelo. El jinete es empujado hacia arriba. El caballo cae golpeando con la cabeza y el cuello contra el suelo. El jinete aterriza dando vueltas y golpeando varias veces con los brazos, cabeza, espalda y piernas en el duro suelo.

Tiene muchos de sus huesos rotos, pero no siente nada. Ya ha muerto.

El caballo lanza al cielo su último relincho y deposita suavemente su cabeza en el suelo. También muere.

Tras los restos del caballo y del jinete se acerca al galope el resto de la caballería. Pasan por los lados y por arriba de los cadáveres sin prestarles demasiada atención. Continúan su legado.

Mas tarde todos los jinetes han muerto. Se han llevado consigo a la mitad de los arqueros y a un buen número de guerreros.

El monarca resguardado tras medio ejército, ordena al resto de los espadachines a posicionarse. Tras estos, envía a sus arqueros.

El enemigo diezmado comienza su retirada. La caballería retrocede apurada y se separa. La mitad se dirige a proteger al rey. La otra mitad se aleja en dirección contraria. Los pocos arqueros que quedan, siguen los pasos de los caballos huyendo hacia el este.

Es la última oportunidad del atacante, quien dirige espadachines y arqueros en pos del rey. Va ganando terreno. A cada paso su ego se duplica. Sabe que ganará.

De pronto una lluvia de flechas diezma la defensa del atacante. Se puede ver a los caballos y arqueros que huían, atacando por el flanco izquierdo. Inmediatamente ordena a todos sus soldados volver, pero es tarde. La caballería enemiga llega antes.

El jugador baja los brazos, y con eterno ademán de desilusión, voltea la pieza más importante de toda la partida.

Jaque Mate.

en la quimera

Todos tenemos nuestras quimeras. Esos relatos fantásticos o irreales, o donde se mezcla lo real con lo increíble, la vida con la muerte. Este espacio es apenas eso, un intento de explorar nuestras quimeras.

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